Firme la decisión de la Orden de no solo no abandonar aquel grupo de colonias proletarias, sino más bien convertirlo “en base de operaciones”, con el beneplácito de la sagrada Mitra –desde el principio de todos los principios– empecé a buscar lugar adecuado (y de ser posible que no sea lejos del santuario Guadalupano) lugar adecuado en la capital y alrededores, cuyos feligreses pudieran ayudarnos al sostén de nuestro tan acariciado seminario.
Con la larga lista de lugares con sus “pro” y sus “contra” que anoté a su lado, ninguna satisfizo las aspiraciones tanto propias como del P. Provincial y su Consejo, como estos terrenos de Lindavista, dotados además de anchurosas avenidas para una rápida comunicación con el centro.
No queriendo decidir solo una ubicación de eternas consecuencias, vino el P. Ordinas para respaldar mi parecer. Pasadas en revista todas las ubicaciones, los dos convenimos en comprar, en diferentes etapas, por falta de recursos, hasta los 17.000 m2 en la cabecera norte de la Manzana N°…? a preferencia de la atractiva cabecera al sur, sobre avenida Montevideo con jardines y palmeras en el centro.
¿Motivos? El Señor Teodoro Gildred dueño de la fraccionadora, había obsequiado al gobierno un cierto número del km. cuadrados de terreno para convertirlos en inmenso Parque Nacional, estilo Disneyland de California en EE.UU. que hubiera sido semanalmente un imán de atracción para las familias capitalinas, facilitándoles el cumplimiento de la misa dominical, expansión y reunión de niños del catecismo, etc. Nuestra Iglesia hubiera quedado ubicada armoniosamente en el frente central de dicho parque.
Estos terrenos fueron comprados y pagados con el sudor de la frente de nuestros buenos PP. de EE. UU. cuyos abonos me fueron mandados a través del P. Provincial mandando tanto quantum opes viresque sinebant. A ellos y a su virtud, Dios se los pague y les sirva de monumento aere perenniusel TEMPLO DE SAN CAYETANO.
Una vez que tuvimos los terrenos asegurados averigüé quién era el más afamado arquitecto de México, residente en la Capital, profesor de la Universidad (por más señas) católico práctico, resultando ser el Sr. Don Francisco Serrano, cuyo despacho estaba en avenida Insurgentes lado poniente antes del cruce de Paseo de la Reforma, con residencia en la colonia Hipódromo, ordenándole la planeación y diseño del mismo con la condición de que
«la vista del interior, debería ser libre y SIN COLUMNAS POR EN MEDIO».
Estaba todavía completamente solo, como lo estuve por unos cuatro años seguidos porque el P. Mateo Barceló, C.R. (buon anima!) no llegó a mi lado, sino hasta la segunda mitad de 1949; mientras que el P. Andrés Burguera llegó aproximadamente como un año y medio después, dejando buenas memorias de sí por su total entrega a Dios, al servicio de sus hermanos y a la supervisión del templo, R.I.P. de sus fatigas, trabajos y sudores.
Ejus memoria erit in benedictione.
Estando solo como Vicario Fijo de tres colonias proletarias –terminado de levantar el templo de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, colonia Tenoxtitlán y en vías de terminación el templo de la Sagrada Familia en la colonia Gertrudis Sánchez y por añadidura sin recursos– es claro que no pudiendo bilocarme, no podía pensar en emprender una nueva construcción en Lindavista, a la cual tanto me insistía el Señor Gildred por sus financiarias conveniencias, molestándonos muy urgentemente a comenzar las obras cuanto antes.