Bien acertó quien dijo que
“La felicidad no es más que flor de día”,
porque las tan lindas flores de mi jardín, en menos de 24 horas quedaron marchitas, como podrá comprobar quien siga leyendo mi relato.
Todo sucedió imprevistamente así: De conformidad con las indicaciones del Sr. Obispo tomé el coche a las 4:00 de la tarde y me dirigí al santuario para firmar mi autorizada incardinación como confesor. Ahí empezaron mis dificultades… No sabía que aquel domingo, el anterior a la fiesta del 12 de diciembre era el domingo de la grandiosa peregrinación anual del trabajador guadalupano, la cual a pesar de comenzar a moverse antes del alba, no cesa hasta media noche. Al bajar de las calles laterales y poner mi coche contra esta masiva peregrinación que alcanzaba uno o dos kilómetros más abajo, hasta por Peralvillo, solicitando me dejaran pasar hasta el otro lado de la avenida Guadalupe; a pesar de que me veían sacerdote, incomprensiblemente, todos se negaron a darme el paso hasta que, bajando siempre más y más las boca-calles llegué hasta la redonda de Peralvillo. Este punto ya era conocido por mí y muy apto para utilizarlo e ir a ver a nuestro buen amigo valenciano, en la colonia Gertrudis Sánchez, enterándole de mi regreso.
El padre que ni siquiera me quería abrir, por fin abrió las puertas y me lo encontré ensulfurado, enojadísimo, porque en la noche anterior, unos muy malvados irrumpieron en un cuarto que él tenía alquilado en otra manzana, cuya puerta tenía él “perfectisímamente” bien asegurada con más de media docena de gruesos y reforzados candados. Confiando en su resistencia, P. Esteban dormía tranquilo en su casa. Los ladrones en vez de perder tiempo con los candados, abriendo fácil boquete en la débil puerta le robaron cuanto tenía ahí dentro de valor: Trajes nuevos, máquinas de retratar y escribir de la más alta calidad, radios, joyas, cuadros al óleo de subido valor efectivo y otros de valor afectivo, pintados por él mismo y que apreciaba en gran manera.
¿Ha denunciado el robo a la policía?
-le pregunté-.
Aquí es inútil pues “los azules” protegiendo el robo tendrán la parte del león.
Y ¿qué piensa hacer Usted ahora?
-insistí.-
Satisfaciendo mi curiosidad -me respondió-
a primera hora cuando se abran las oficinas de la sagrada Mitra voy a dejar estas tres llaves de Iglesia, sacristía y vivienda sobre la mesa de Su Ilustrísima Luis Martínez, diciéndole, que mande a otro en mi lugar, puesto que no pienso volver a poner un pie en dicha colonia.
Pero, ¿no le da pena, dejar a estas gentes que tiene encargada en las tres colonias, como ovejas sin pastor, a merced de los protestantes, comunistas, espiritistas, etc. para que hagan en ellas su “agosto”?
Debido al fuerte
¡N O!
vibrante y subido de tono que me dio, el Señor que me hablaba en mi interior me dio a entender que no era casualidad lo que estaba sucediendo y que era Él, quien me había traído a ese lugar, para poner en mis manos y bajo mi cuidado aquel Su rebaño, para que no se quedara a merced de los lobos sin pastor. Claramente entendí por qué el Señor me cerró todos los pasos en Peralvillo, pudiendo decir como Jeremías:
Occlusit vias meas lapidibus quadris; aemitas meas subvertit,
y por eso en vez de estar firmando en aquel momento mi incardinación al santuario de Guadalupe, estaba ahí para que buscando “el Reino de Dios” en dánde más era menester, renunciara a un tan codiciado y honorífico puesto y aceptara aquel humildísimo lugar que el Señor había preparado para mí.
Impulsado por el amor a mi Señor y a los intereses de Su rebaño dirigí al padre la siguiente pregunta:
En caso de que su servidor viniera ayudarle, como capellán coadjutor, ¿se iría también?
Esto sí ya es harina de otro costal
-me respondió-.
En este caso y con este esfuerzo, todavía me quedaría.
Entonces abriéndome por completo ante él:
Pues mire.
le dije:
Mandado por el Sr. Arzobispo, en esta hora debía estar en la sacristía del santuario de Guadalupe, firmando mi nombre e incardinándome indefinidamente en él, como P. confesor. Renuncio pues a tan honroso puesto, para ayudar a Usted en esta humilde capilla, para que no se vaya. Si Usted gusta mañana vamos los dos a la sagrada Mitra para que el Sr. Arzobispo aceptando mi oferta cambie mi nombramiento, convirtiéndome en asistente de Usted en estas humildes colonias.
Por primera vez en aquel aciago día, una ligera sonrisa embelleció el rostro de un tan amargado ánimo. Al día siguiente a la primera hora de oficina, estábamos con Mons. Garibay, exponiéndole el historial de nuestra visita, pidiéndole además que me nombrara coadjutor del P. Berenguer, etc. El Vicario general, no impuesto a recibir visitas de sacerdotes que soliciten un puesto en humilde colonia proletaria se deshizo en alabanzas a la Orden Teatina por haber hecho el milagro concediendo, agradecido y “juxta preces” el solicitado documento.
Más tarde, no pudiendo el anciano padre superar la dura prueba de aquel robo total y, continuando con el firme propósito de abandonar la colonia, una semana después pidió el relevo de dicha Vicaria Fija ofreciéndoles mi nombre como inmediato sucesor cuyo nombramiento me fue dado con fecha del 14-12-1946. Por carta del P. General recibí el encargo de comunicar a la sagrada Mitra que la Orden me autorizaba para aceptar dicha Vicaria lo cual se hizo con documento fechado el 31-marzo-1947. Doy fe.