Con la invitación de Roma y por diversos motivos que no son del caso referir, en las conversaciones privadas y recreos de nuestros padres en EE. UU. con frecuencia salía a flote el inocultable deseo de fundar una casa al otro lado del río grande; pero tal vez por la penuria de sacerdotes, todo se quedaba en punto muerto.
Corría nuestra actitud con la de la Santa Sede, que a través de los papas, como Pío XI, lamentando la penuria sacerdotal en América Latina “pasaba noches enteras sin poder dormir“, pero sin encontrar adecuada solución.
Quien inclinó el peso de la balanza y puso un proyecto en marcha, fue el papa Pío XII, al pedir a todas las congregaciones religiosas que tuvieran sacerdotes trabajando en EE. UU. y Canadá que mandaran una tercera parte de su personal a trabajar al sur de América. En confirmación de estos deseos de la Santa Sede, voy a decir que, al ser expulsados los padres del Maryknoll de la China comunista y, pidiendo al Santo Padre ser enviados en dónde había más urgencia de sacerdotes, pues no sabían a donde ir; éste los mandó a la América Latina.
Impulsados por esta orientación y deseos manifestados por la Santa Sede el muy Rvdo. P. Provincial de aquellos días, el P. Juan Ordinas dando –sin querer pensarlo más– un paso adelante, llamó a consulta a los PP. de su Consejo en Antonito, en donde les propuso el estudio, opinión y decisión de los tres siguientes puntos:
Habiendo recaído la elección sobre el abajo firmado el Consejo decidió que él, en compañía del P. Provincial a la mayor brevedad posible se desplazaran a México para explorar “in situ” el terreno y, solicitar al Sr. Arzobispo Luis María Martínez su debida autorización para fundar casa y parroquia en la Capital y, seminario a sus alrededores.
Solucionando nuestra ausencia, preparada la documentación y todo cuanto se necesitaba para el viaje, unas dos semanas después, partían los PP. comisionados en el Dodge sedán, y desde Antonito, rumbo a la Capital de “la nueva España”.
Llegados a México y recibidos por Mons. Martínez, este, al exponerle el motivo de nuestra visita, solicitando algún puesto vacío, para entrar a trabajar en su viña, respondió diciendo:
“Que podían venir todos los teatinos que así lo desearan, con la seguridad de que aquí encontrarían: Abundancia de trabajo, plena cooperación de la sagrada Mitra y la más generosa bendición de Dios y de la Virgen de Guadalupe”.
De inmediato pasó a darnos una idea justa de la situación religiosa de la Capital, con sus numerosas colonias proletarias de cinco y diez mil personas cada una, que la rodean, sin sacerdote, ni capilla en donde reunirse, etc. Que por lo pronto él hacía las siguientes propuestas a la Orden para su: Aprobación, modificación o rechazo.