De acuerdo con las consignas recibidas por el Consejo Provincial, el abajo firmante y el P. Provincial, comisionados para llevar oficialmente a efecto dicha fundación, con el Dodge sedán atiborrado de ornamentos sagrados y ropas de lino, muy necesitadas a donde íbamos, a las 5 de la mañana del 25-11-1946 y con la misma invocación que usó Colón (al soltar los amarres de la “Santa María”) en que dijo:
“Jesús cum María, sint nobis in via”,
así dijimos también nosotros, al salir del garage de Antonito, rumbo a la Capital Azteca.
Eran los últimos días de semana cuando llegamos a México y el P. Ordinas tenía grande interés en regresarse casi de inmediato con el fin de estar en su parroquia de Denver el domingo.
Pedida audiencia al Sr. Arzobispo para darle la respuesta que le traíamos del Consejo, “consecuentándonos” -como dicen por ahí- el apuro del padre nos invitó a comer con él y así tratar muy familiarmente y tomarnos todo el tiempo que se requiriera el asunto, bien en su mesa, bien en su despacho. Expuesta al Sr. Arzobispo la decisión del Consejo de aceptar la segunda propuesta, contento por haber llegado tan rápidamente a un acuerdo dijo:
Hoy mismo voy a llamar al Santuario enterándoles de que Usted, domingo o lunes irá a firmar su compromiso de incorporación al mismo, como padre confesor, hasta que no se disponga lo contrario.
Agradecidos a su Excelencia por cuanto había hecho por nosotros dándole las más efusivas gracias. En nombre de la Orden, besándole su anillo y pidiéndole su bendición, nos despedimos muy afectuosamente.
Dejando bien arreglada mi permanencia en México y hecha a satisfacción de todos la tan deseada fundación -salido todo a pedir de boca- sin contratiempo previsible a corta distancia, satisfactoriamente cumplida su misión, partía el P. Ordinas en el primer aéreo que salía para EE. UU. para estar ahí entre sus feligreses el día domingo, como así fue.